viernes, 18 de mayo de 2018

Opinión: La izquierda en el entramado petrolero de Venezuela


Mailer Mattié

El profesor Giuseppe D’Angelo1 ha tenido la gentileza de obsequiarme un ejemplar de su libro publicado en Italia, titulado Il monaco rosso. Salvador de la Plaza. Un intellettuale dimenticato (Edizioni Paguro, noviembre de 2017). Una amplia y documentada biografía del escritor y político venezolano (1896-1970), a cuya obra, en relación con el tema petrolero, dediqué algunos años de trabajo cuando estudiaba en la Universidad de los Andes, en Mérida.

Un testimonio de su vida, específicamente en referencia a las influencias ideológicas y culturales que perfilaron sus ideales y su actividad política en el transcurso de seis décadas y tres exilios entre París, México, La Habana, Barranquilla, Panamá y Trinidad, a partir de su juventud en Caracas durante la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935) hasta su retorno definitivo a Venezuela en 1958. Una trayectoria, pues, entrelazada con la agitada historia política nacional, de la cual Salvador de la Plaza fue un destacado protagonista. El “monje rojo”, como lo llamaban sus amigos, debido a su carácter solitario y austero.



Subraya D’Angelo, sin embargo, el olvido que padece su obra, tomando en cuenta el interés histórico que supone, sobre todo en el contexto latinoamericano. Un legado –afirma- merecedor, sin duda, de un mejor destino, pues es, en efecto, desconocido no solo en Europa, también en América Latina, incluso en Venezuela.

Algo, no obstante, tal vez no del todo cierto, puesto que desconocemos aún el verdadero grado de influencia que pudieron alcanzar sus ideas durante los primeros años del gobierno de Hugo Chávez, tanto en lo que se refiere al contenido de la Constitución de 1999, como en términos de la formulación de la política petrolera; el lugar que ocuparon, al fin, en medio de la maraña de intrigas e intereses de diversa naturaleza que han precipitado al país en la catástrofe económica y social que, precisamente, de la Plaza previó ya en los años sesenta del siglo pasado.

El estudio es resultado de una combinación de fuentes originales procedentes de documentos publicados de su propio archivo personal, junto a la bibliografía de reconocidos autores venezolanos.

Está dividido en seis capítulos:

Capítulo I: Los años de estudiante, el mundo latinoamericano y los Estados Unidos. Refiere a su época como líder comprometido en la lucha contra la dictadura gomecista en Caracas, actividad que lo condujo a la cárcel y más tarde a su primer exilio en París en 1921, mientras Venezuela iniciaba su
transformación de país agrario en una nación petrolera.

Capítulo II: De París a Cuba. Marxismo e internacionalismo. Termina sus estudios de derecho en París en 1923 y entra en contacto con las ideas marxistas, en la Europa de postguerra que asiste al nacimiento de los Partidos Comunistas. Se traslada a La Habana en 1924.

Capítulo III: México y la fundación del Partido Revolucionario Venezolano. Describe la siguiente etapa de su exilio, tras la salida de Cuba en 1926. Junto a otros venezolanos, funda el PRV, la primera organización política de ideología marxista de Venezuela. Describe los detalles de la lucha contra la dictadura de Gómez en el exterior y, particularmente, las contradicciones entre los jóvenes marxistas y los defensores del caudillismo. La perspectiva antiimperialista.

Capítulo IV: Entre dos exilios. De México a México. Relata las vivencias en Panamá y Barranquilla (Colombia) en 1929. Breve regreso a Venezuela tras la muerte del dictador en 1935. Es expulsado de nuevo y vuelve a México en 1936.

Capítulo V: Lázaro Cárdenas, Medina Angarita y la reforma agraria. Inicio del segundo exilio. La influencia de la Revolución Mexicana. El tema de la tierra.

Capítulo VI: Venezuela después de la Segunda Guerra Mundial. Del golpe de Estado del 18 de octubre de 1945 a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1948-1958). La lucha política e ideológica en torno al petróleo. Inicio del tercer exilio en 1954 en Francia. Regreso a Venezuela en 1958.

La edición incluye, asimismo, una selección de cinco ensayos que cubren el período 1925-1963, traducidos al italiano también por D’Angelo, los cuales reflejan, en buena medida, las ideas centrales que definen la obra de Salvador de la Plaza:

1) La reale situazzione del Venezuela (1925), escrito con Gustavo Machado, cofundador del PRV en México y posteriormente del Partido Comunista de Venezuela (PCV). Una descripción general de la situación política y económica de la nación; presenta, además, un conjunto de medidas para organizar un proyecto revolucionario capaz de poner fin al dominio del imperialismo petrolero;

2) Il patto di Gómez con Wall Street (1926);

3) La Riforma Agraria: elemento fondamentale di pianificazione dell’economia nazionale (1944);

4) Sviluppo económico e industria di base (1962);

5) Il petrolio nella vita venezuelana (1963?).

Los dos primeros escritos pertenecen al período del exilio cubano (1924-26); el segundo fue publicado originalmente en la revista El Libertador, órgano de la Liga Antiimperialista de Las Américas, en México; el tercero es una reflexión inicial sobre el problema de la tierra; los dos últimos los escribió en Caracas, cuando era profesor de Historia en la Universidad Central, viajaba por el país como conferencista y escribía en diversos diarios nacionales.

Un libro que invita, pues, a reflexionar con seriedad y sensatez crítica no solo acerca de la historia y sus vínculos con el presente, sino primordialmente sobre el futuro de la sociedad venezolana, hoy día sumida en la incertidumbre y la desdicha, anhelando una auténtica inspiración que oriente el pensamiento y la acción.

II

En la “biografía intelectual” de Salvador de la Plaza –señala D’Angelo-, es posible identificar dos factores fundamentales que incidieron en la formación de su pensamiento: en primer término, además de experimentar personalmente las consecuencias políticas de la transformación del país en una nación exportadora de petróleo, analizó sus efectos e hizo comparaciones con otras naciones de América Latina, en particular con México; en segundo lugar, intervino la orientación ideológica, expresada en el nacionalismo y el antiimperialismo propios de la tradición de la izquierda latinoamericana en el siglo XX, en combinación con una interpretación no dogmática del marxismo.

D’Angelo destaca también su notoria capacidad para combinar elementos estratégicos de naturaleza ideológica con la práctica política cotidiana, abordando temas como el de las alianzas o el de la hegemonía que podrían –dice-, sugerir una interpretación gramsciana, una corriente de pensamiento que desconocía.

Identifica, asimismo, tres fases en su itinerario intelectual, en relación con los temas centrales que constituyen el contenido general de su obra: el problema de la tierra y de las relaciones de producción en el campo venezolano; la cuestión petrolera; y, finalmente, la relevancia que atribuye a la industrialización de la economía nacional.

Tres ejes, por lo demás, que Salvador de la Plaza asoció directamente con la situación de subdesarrollo del país y su dependencia económica, a pesar de la riqueza y variedad de los recursos disponibles.

A su juicio, en suma, Venezuela era un país subalterno del imperialismo petrolero y, en consecuencia, una sociedad mediatizada por la intervención extranjera.

 D’Angelo, de hecho, resalta el uso de la noción de mediatización en su análisis, una forma moderna de subordinación política, ejercida a través de las herramientas de la economía y las finanzas, de la dependencia tecnológica, de la inducción de necesidades y patrones de comportamiento y consumo típicos de un país dominante.

III

Durante su segundo exilio en México (1937-1943), el tema de la tierra, en efecto, ocupó un lugar muy destacado entre los problemas a los que dedicó su atención Salvador de la Plaza.

A lo largo de veinte años –precisa D’Angelo-, de hecho, elaboró una teoría de la Reforma Agraria, a partir del reconocimiento de la situación real en el campo venezolano; intervino, además, para que se llevara a la práctica cuando formó parte de la Comisión encargada por el gobierno del general Isaías Medina Angarita (1941-1945) para iniciar un proceso de transformación de las relaciones de producción agrarias.

En su opinión era imprescindible eliminar el latifundio, causa de la opresión de los campesinos, del monocultivo, del sistema de plantaciones y del enriquecimiento de los propietarios a través de la renta de la tierra. El monopolio de la propiedad de la tierra se traducía, por tanto, en pobreza y desnutrición, representando, además, un enorme obstáculo para la integración nacional del territorio y de la población.

 La Reforma Agraria tendría como objetivo general, entonces, aumentar en calidad y cantidad los medios de subsistencia mediante el crecimiento de la producción agrícola y la cría de animales, asegurando gratuitamente la tierra necesaria para el sustento del campesino y de su familia, conjuntamente con el acceso al crédito a bajo interés y largo plazo. Desarrollar la producción agrícola
implicaría, además, la disminución de la dependencia de las importaciones,
sobre todo del mercado estadounidense.

A tal fin, el Estado podría expropiar la tierra, indemnizando al terrateniente y confiriéndole derecho a conservar 150 hectáreas; de esta manera, el antiguo latifundista pasaría a formar parte también del nuevo sistema de distribución de de la propiedad.

El petróleo3 es, por otra parte, el tema de estudio al que dedicó gran interés después de 1945. D’Angelo identifica dos elementos importantes que caracterizan su enfoque al respecto.

En primer lugar, de la Plaza resaltó el hecho de que el enorme gasto proveniente del ingreso petrolero no se reflejara en un crecimiento económico autosuficiente, ni en la disminución de la dependencia de las importaciones y de la economía venezolana en general. Al contrario –sostuvo-, el Estado se ha limitado a distribuir ese ingreso a través de un gasto público parasitario e improductivo, generando burocracia, corrupción y deuda pública; un gasto, de hecho, caracterizado por el despilfarro y la malversación que ha permitido, además –subrayó-, reforzar la mediatización al impedir el desarrollo de una economía nacional que promoviera la independencia y la soberanía de la nación.

En segundo lugar, de la Plaza destacó también el hecho de que los distintos gobiernos del país hubieran ignorado siempre que el petróleo era un recurso no renovable; es decir, un bien que la nación perdía irremediablemente.

Dado el sistema de concesiones imperante, el Estado, desde el inicio de la industria petrolera durante los primeros años del siglo XX, en efecto, cedió a terceros la explotación de este recurso natural, limitándose a cobrar impuestos por dicha actividad. En consecuencia, de la Plaza planteó la urgencia de que el capital proveniente de esa pérdida dejara de ser utilizado de forma improductiva, mientras se agotaba una fuente de riqueza nacional.

Otorgó así importancia no solamente a los ingresos fiscales que pagaban las transnacionales, también y sobre todo al royalty estipulado en los contratos con las compañías; es decir, al porcentaje de crudo que las empresas estaban obligadas a entregar al Estado por cada barril extraído, aproximadamente un
16 por ciento. En su criterio, pues, el royalty debía destinarse enteramente a la inversión productiva, ya que gastarlo en servicios improductivos implicaba la contribución del Estado a la destrucción de un bien imprescindible para el desarrollo económico y social del país.

De la Plaza consideraba, por otra parte, que la extrema dependencia de las importaciones se traducía en un instrumento más del imperialismo, con el fin de apropiarse de la riqueza venezolana y transferirla al exterior. “Venezuela se industrializa o muere” –afirmó-; por tanto, juzgó ineludible crear una “conciencia de industrialización” e impulsar la creación de una estructura económica propia.

Un proceso que debía ser liderado exclusivamente por empresarios venezolanos y capital nacional, pues un crecimiento industrial en base a financiamiento extranjero solo aumentaría el grado de mediatización y la dependencia del país.

Concedió, asimismo, singular importancia al desarrollo de las “industrias básicas”; es decir, al sector especializado en la transformación de materias primas, integrado por la industria siderúrgica, petroquímica, electricidad, hierro,  aluminio y gas, entre otras, sufragado con capital proveniente de los ingresos petroleros y bajo control directo del Estado, capaz de promover y sostener la fabricación nacional de bienes para el consumo interno y la diversificación de las exportaciones.

Estas propuestas constituían, en realidad, un conjunto de medidas dirigidas a instaurar un modelo de capitalismo de Estado. Para de la Plaza, de hecho, los cambios que planteó no suponían el inicio de una revolución, sino la puesta en marcha de un sistema económico y social que pusiera fin no solo a todo aquello que él consideraba feudal y atrasado en Venezuela, también a la injerencia del imperialismo en los asuntos internos del país.

A su juicio, por tanto, no existían las condiciones que permitieran implementar una auténtica revolución socialista en la sociedad venezolana.

Pensaba, además, que los grandes propietarios de la tierra y los carteles petroleros habían creado una estructura económica y social contraria a la que exige una convivencia democrática estable, al menos aquella que, en su criterio, era posible alcanzar dentro de las limitaciones del régimen capitalista;
es decir, una democracia burguesa.

Supuso, en fin, que la nación estaba destinada a padecer una catástrofe, si en el corto plazo no se llevaban a cabo las acciones necesarias para liberar a la economía de la dependencia petrolera.

IV

El modelo que planteó de la Plaza, no obstante, era diferente al que pusieron en práctica los sucesivos gobiernos a partir de la nacionalización del petróleo en 1976, hasta hoy día, con el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) aún en el poder. Es decir, era un modelo que rechazaba radicalmente el
asistencialismo improductivo y parasitario que, en grados diferentes, ha sido implementado en el país durante los últimos cuarenta años.

Un período suficiente, por lo demás, para comprobar que el Estado, sus instituciones y los partidos políticos, están inhabilitados para gestionar con equidad y justicia la administración de los ingresos petroleros, independientemente de su cuantía y, por ende, de sostener un sistema económico y social que beneficie los intereses de la mayoría de la población.

El Estado, al contrario, no solo ha fortalecido la dependencia petrolera de la economía desde 1976, también ha convertido los ingresos provenientes de la exportación de petróleo en un instrumento fundamental para crear una resignada ciudadanía rentista; es decir, una población subordinada que espera todo de la beneficencia estatal, situación llevada a un extremo brutal y desmedido por el régimen de la Revolución Bolivariana.

Su adhesión al marxismo seguramente impidió a de la Plaza indagar acerca de alternativas más próximas a una auténtica democracia, ajena a la diabólica intervención de los partidos políticos, evitando la confusión entre los intereses del Estado/nación y las verdaderas necesidades de las personas. No obstante, ignorar su trayectoria implica desconocer una parte significativa de la historia política contemporánea de Venezuela, como es posible deducir de la lectura del libro del profesor D’Angelo.

V

A pesar de la intensidad y el alcance de la propaganda, la rocambolesca Revolución Bolivariana no ha sido otra cosa que el intento de establecer un modelo de capitalismo de Estado, propuesto en principio en la misma Constitución de 1999.4

Resulta notorio destacar, por otra parte, que Hugo Chávez contó siempre con la participación en su gobierno de expertos petroleros reconocidos, en los ámbitos académicos y de la izquierda nacional, por su adhesión a la ideología marxista y al nacionalismo de Salvador de la Plaza, aunque difieren acerca de los objetivos del uso de la renta.

Ha sido el caso, por ejemplo, de Bernard Mommer y Alí Rodriguez Araque, entre otros. El primero, un matemático de origen alemán que llegó al país en los años setenta, autor de varios libros y ensayos sobre el tema petrolero, designado por Chávez en 2005 vice Ministro de Hidrocarburos y Director
Externo de Petróleos de Venezuela (PDVSA) hasta 2008, cuando fue nombrado Gobernador de Venezuela en la OPEP; ha sido igualmente Director de la Oficina de Inteligencia de Mercadeo y Política Petrolera, creada en 2006 en Viena.

Por su lado, el abogado Rodriguez Araque, líder guerrillero comunista en los años sesenta y setenta del siglo pasado, conocido como el “Comandante Fausto”, fue a su vez designado por Chávez Ministro de Energía en 1999; Secretario General de la OPEP en el 2000; Presidente de PDVSA en 2002; Ministro de Asuntos Exteriores en 2004; Embajador de Venezuela en La Habana en 2006; Ministro de Energía Eléctrica en 2010; y Secretario General de UNASUR en 2012.

Personalmente me consta, además, que hasta mediados del año 2010, al menos, el gobierno bolivariano tuvo planes de apoyar la divulgación de la obra sobre petróleo de Salvador de la Plaza. A comienzos de ese mismo año, en efecto, recibí en mi cuenta de correo electrónico un mensaje desde la Fundación Editorial El Perro y la Rana, una institución oficial, donde me comunicaban acerca de la posibilidad de reeditar esos escritos, publicados originalmente en la Universidad de los Andes, en una edición a mi cargo, tal como consta en los documentos correspondientes del Consejo de
Publicaciones.

Acepté la propuesta, considerando que esa obra debería declararse patrimonio cultural de Venezuela, y se acordó finalmente una edición en tres tomos destinada, según me informaron, principalmente a su distribución en diversos países de América Latina. No obstante, el proyecto jamás se llevó a cabo, por razones que desconozco, sin que mediara explicación alguna al respecto.

Tiempo después, a finales de 2014, recibí de nuevo otro mensaje de la misma Fundación; en tal oportunidad solicitaron mi colaboración para reeditar el Diario (1917-1918), también publicado originalmente en la Universidad de Los Andes; se acordaron asimismo las características de una nueva edición y hasta el día de hoy ignoro qué sucedió con esa iniciativa.

VI

En 2007, el régimen chavista decidió hacer pública la decisión de reorientar la Revolución Bolivariana hacia el socialismo del siglo XXI, al parecer según las tesis de Heinz Dieterich Steffan, sociólogo marxista de origen alemán residente en México (5); propuesta que contó, como sabemos, con el entusiasmo de gran parte de la izquierda internacional.

Corresponderá, sin embargo, a los futuros historiadores desentrañar la trama de intereses y contradicciones que condujo finalmente a la destrucción social de Venezuela, sin apego a las ideologías, con estricto rigor y respeto a la verdad.

Lo cierto es que el proyecto socialista ha terminado convertido -en gran parte a causa al aumento de los precios del petróleo a partir de 2008- en la imposición de un inestable modelo de capitalismo de Estado asistencialista en extremo, al dar prioridad al gasto político y social improductivo de la renta petrolera, incluyendo el financiamiento a terceros países con la finalidad de fortalecer la institucionalización de un Estado bolivariano regional, la “Patria Grande”.

El predominio de esta forma de inversión de los recursos estatales, supone, de hecho, que la fuente de financiamiento es inagotable: la estupidez implícita en el modelo del régimen chavista y probablemente el germen de su propio exterminio: la producción petrolera, efectivamente, ha disminuido de 3.4 millones de barriles/día a 1.4 millones en 2017; inclusive, por vez primera la
exportación de petróleo desde Colombia a los Estados Unidos ha superado a la
de Venezuela en abril de 2018.

Además, no asoman indicios de rectificación, ni en la teoría ni en la práctica. En un artículo publicado a finales de 2017, titulado “Primer centenario de la Venezuela exportadora de petróleo”, por ejemplo, sus autores, Alí Rodríguez Araque y Bernard Mommer, exponen: 6

La excepcional condición de una economía en la cual la presencia continua de una renta de la tierra internacional, como lo es la causada por la propiedad del recurso natural petrolero, y dada la excepcional valía de la experiencia ya centenaria de Venezuela, permite y obliga a disponer de ciertos elementos de juicio de cara a lo que tendrá que ser el estímulo y promoción del desarrollo venezolano en el tiempo por venir.

Primero. Resulta imprescindible disponer de un sistema contable po r el cual se pongan de manifiesto los montos de la renta de la tierra internacional del petróleo. Venezuela necesita de una contabilidad nacional propia en la cual la presencia explícita de la renta de la tierra internacional sea el centro del entramado. Las Cuentas Nacionales oficiales simplemente ignoran el hecho de que Venezuela es un país petrolero, es decir, un país donde la renta de la tierra internacional del petróleo tiene una importancia económica extraordinaria.

Segundo. La vasta experiencia que ofrece el curso de la economía venezolana, permite decir que el aprovechamiento de la renta de la tierra internacional del petróleo para el desarrollo nacional futuro pasa por su utilización en usos que envuelvan predominantemente el consumo público, valga decir, la creación y sostenimiento de una infraestructura que soporte el bienestar de la vida de todos los venezolanos.

Tercero. En consecuencia, el uso de la renta de la tierra internacional tiene que tener como propósito el desarrollo social antes que el crecimiento económico. Este último objetivo debe  recaer sobre todas las fuerzas del país que motoricen la expansión de la vida económica material.

Es pertinente señalar que la renta de la tierra internacional (en este caso, el ingreso que recibe el Estado por la exportación de un recurso que es propiedad de la nación), deriva del trabajo en las economías que consumen el petróleo; una renta, pues, que se traduce en la apropiación del trabajo en otros países, mientras se utiliza, al mismo tiempo, para humillar y someter a la
población venezolana.

La imposición de un modelo de capitalismo de Estado parasitario, por otro lado, implica también el auge de nuevos grupos privilegiados; en la Venezuela chavista, de hecho, la antigua burguesía manufacturera y agraria ha sido reemplazada por otra élite, cuya riqueza es por completo ajena al trabajo productivo.

De hecho, cinco millones de hectáreas de tierras expropiadas desde 2005 permanecen improductivas; el ochenta por ciento de las compañías nacionalizadas están en quiebra y más de 500 mil pequeñas y medianas empresas han desaparecido de la órbita de la economía nacional.

Signos todos, por lo demás, que definen, sin duda, un drama social que incluye sobrevivir en una economía con una tasa de inflación del 1.200 por ciento anual, creciente escasez de alimentos y el deterioro extremo del servicio público de salud y de la mayoría de las infraestructuras básicas del país.

En conjunto, la hecatombe que Salvador de la Plaza previó hace seis décadas.

Pareciera, pues, que el capitalismo de Estado es el inevitable destino impuesto por el petróleo a la sociedad venezolana; es imprescindible, sin embargo, trascender tan engañoso y falso designio. En tal sentido, el descrédito actual del régimen bolivariano y, en general, de las instituciones y del sistema de partidos, constituye una oportunidad histórica que exige la obligación ineludible de explorar la posibilidad de aproximarnos al ideal de una economía post petrolera, en el ámbito de una democracia legítima y verdadera.

Madrid, mayo de 2018



Referencias bibliograficas

1
Giuseppe D’Angelo es doctor en Historia Económica, profesor de la Universidad de Salerno y miembro de la dirección del Mediterranean Knowledge International Center for Studies and Research. Trabaja en investigación de la historia política y social de América Latina, principalmente de Venezuela, y de la historia urbana italiana. Es autor de La forma dell’Aqua: la lenta transizioni del fascismo a Salerno capitale (2012) y de Pan y cambur. La inmigración italiana en Venezuela (2013). También de los siguientes ensayos: “Salvador de la Plaza y la reforma agraria en Venezuela (1942-1954)” (2012); “Salvador de la Plaza y los orígenes del marxismo latinoamericano. El exilio en el desarrollo de un pensamiento revolucionario” (2016); y “<<El excremento del diablo>>: Salvador de la Plaza y el petróleo en Venezuela” (2016).

2
Una fuente importante que ilustra esta etapa es su Diario (1917-1918), editado en la Universidad de los Andes en 1993, citado ampliamente por D’Angelo. En este documento, por ejemplo, se observa claramente la influencia del modernismo en el joven Salvador, sobre todo la del escritor uruguayo José Enrique Rodó. La edición incluye también sus primeros escritos conocidos.

3
Todos sus escritos sobre el tema petrolero están incluidos en: Mattié, Mailer (Comp.). Salvador de la
Plaza. Petróleo y soberanía nacional. Universidad de los Andes. Mérida, Venezuela, 1996. Tomos I y II.
4
Por ejemplo:
Art. 299: El Estado, conjuntamente con la iniciativa privada, promoverá el desarrollo armónico de la economía nacional;
Art. 302: El Estado promoverá la manufactura nacional de materias primas provenientes de la explotación de los recursos naturales no renovables;
Art. 303: El Estado conservará la totalidad de las acciones de Petróleos de Venezuela, S.A.;
Art. 305: El Estado promoverá la agricultura sustentable;
Art. 306: El Estado proveerá las condiciones para el desarrollo rural;
Art.308: El Estado protegerá y promoverá la pequeña y mediana industria, las cooperativas, la empresa familiar, la microempresa, etc.;
Art. 309: La artesanía e industria populares típicas de la nación gozarán de protección especial del
Estado;
Art. 310: El Estado velará por la creación y fortalecimiento del sector turístico nacional;
Art. 311: El ingreso que se genera por la explotación de la riqueza del subsuelo y los minerales, en
general, propendrá (sic) a financiar la inversión real productiva, la educación y la salud;
Art. 320: El Estado debe promover y defender la estabilidad económica, evitar la vulnerabilidad de la
economía y velar por la estabilidad monetaria y de precios.
En: http://www.psuv.org.ve/constitucion/
5 Dieterich, Heinz. La democracia participativa. El socialismo del siglo XXI. Gara Egunkaria. s.l., mayo de 2006. Un sistema social que supone la vigencia de una economía de equivalencias (es decir, la sustitución del precio por el valor/trabajo como base del intercambio); exige también, no obstante, una atapa de transición que el mismo Chávez denominó democracia revolucionaria y que Dieterich llama capitalismo proteccionista de Estado.

6 Rodríguez Araque, Alí y Bernard Mommer: Primer centenario de la Venezuela exportadora de
petróleo. En: https://www.aporrea.org/energia/a255968.html

Extraído de https://lademocraciaesunaobligacionuniversal.files.wordpress.com/2018/05/la-izquierda-en-el-entramado-petrolero-de-venezuela.pdf

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