jueves, 11 de enero de 2018

Extractivismo: Su saldo de conflictos y pobreza para América Latina



Ryder López
  
Después de 2008, América Latina lucía bien a pesar de la gran crisis mundial, en gran medida gracias al incremento en la demanda de los productos primarios exportados del continente. Este escenario representó una gran oportunidad para que todos los países de la región colocaran sus bienes en el mercado internacional a precios considerablemente altos, lo cual impulsaría la llegada de cifras récord de inversión extranjera directa, así como la instalación de empresas transnacionales, como megamineras, agroindustrias y petroleras.

No se puede decir que el extractivismo fuera desconocido en la región, pero, a diferencia de lo ocurrido en siglos pasados, las innovadoras técnicas para la obtención de recursos dieron paso a una larga discusión sobre el concepto. Durante esta nueva etapa, el extractivismo se definía por cuatro variables: el volumen de recursos extraídos, su poca o nula transformación, la intensidad de las técnicas utilizadas —su impacto ambiental— y el destino final de los productos. Así, cualquier recurso natural es susceptible de extractivismo siempre y cuando sea explotado en volúmenes altos, con poco o ningún procesado, haya dañado significativamente el medio ambiente y se dirija al extranjero.

 
Este tipo de actividades pueden ser impulsadas tanto por iniciativa privada como pública. En el primer caso, se trata de un tipo de extractivismo clásico, en donde son las empresas transnacionales las más beneficiadas, mientras que en el segundo es el Estado el encargado de capitalizar la mayoría de las ganancias. Es precisamente aquí donde aparece el neoextractivismo como una técnica de los Gobiernos progresistas para eliminar la pobreza justificada por los grandes beneficios de la venta de recursos naturales en el extranjero, la generación de empleo, la llegada de capital extranjero, la creación de cadenas de valor y la dinamización de la economía en su conjunto.

Estas técnicas, aparentemente buenas para la economía, entraron en contradicción con la política que apoyaba el buen vivir como nuevo marco de convivencia, ya que, para muchos de los movimientos sociales —que hasta entonces habían apoyado a los Gobiernos—, la visión de un mundo económico en armonía con la naturaleza era imposible bajo la sombra del extractivismo. Es así como aparecen las primeras grietas del nuevo sistema político, que, en su intento por solucionar la pobreza obteniendo ingresos extraordinarios en el mercado internacional, desregulaban, modificaban y condonaban las actividades extractivistas de la región.



En este escenario contradictorio, la asamblea constituyente ecuatoriana reconocía los derechos de la naturaleza al mismo tiempo que aprobaba leyes mineras y Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos, empresa nacionalizada por Evo Morales, proseguía con las actividades que en su momento dieron inicio a la guerra del gas. Otros Gobiernos de izquierda, como el argentino, uruguayo y brasileño, también participaron del extractivismo con la ampliación de la frontera de los agronegocios y los alimentos transgénicos en tierras amazónicas —la llamada República de la Soja—.



Los Gobiernos conservadores no se quedaron atrás. En Perú las solicitudes para actividades mineras crecieron un 84% en 2011, en Colombia la inversión extranjera destinada a la minería aumentó casi un 500% entre 2002 y 2009 y en México el entonces presidente Felipe Calderón impulsó la reforma energética concluida por su sucesor, Enrique Peña Nieto, en la que ya se contempla el desplazamiento de comunidades en territorios de interés nacional para aplicar la fractura hidráulica —fracking— como método de extracción de petróleo no convencional.



Las contradicciones del modelo



Prácticamente todos los Gobiernos latinoamericanos apostaron por el neoextractivismo como motor para desarrollar sus economías. Sin embargo, el patrón de explotación fue particularmente sorprendente en los países alineados con el buen vivir, lo que creó una nueva oleada de protestas en oposición a dichos proyectos y a los Gobiernos que los avalaban.



En su vertiente más amable, los Gobiernos reconocían el impacto ambiental y social del extractivismo, pero lo consideraban una externalidad, un sacrificio con el que debían cargar las comunidades en aras de la nación. Esta situación situaba a las sociedades en una auténtica paradoja que se debatía entre la destrucción de la naturaleza y la lucha contra la pobreza. No obstante, uno de los problemas centrales de este modelo de desarrollo, además de reprimarizar las economías, es que los costos socio-ambientales que generaba parecían superar las ganancias obtenidas en el extranjero, con lo que se desvanecían los beneficios a medida que caían los precios de las materias primas.



Más aún, las estrategias de violencia y desplazamiento forzado ejercidas sobre las poblaciones ocupantes de territorios ricos en recursos naturales llevaron a que una parte de la sociedad civil retirara su apoyo a los Gobiernos progresistas. Prueba de ello y de la falta de respuestas contundentes a la pobreza es el hecho de que actualmente solo un puñado de estos Gobiernos sobrevive en la región.



A todo esto se suma que el discurso del buen vivir en su vertiente económica ha sido ignorado. La naturaleza es explotada a gran escala y sus ciclos de recuperación son pasados por alto. Además, se acusó a los Gobiernos de haber tergiversado las ideas del buen vivir, incluso de haber vaciado el concepto de todo su contenido para adaptarlo a las pautas de los mercados internacionales, con lo que se despojaba a las comunidades de una poderosa herramienta de cambio social.



Siendo así, el proyecto del pachamamismo presenta claroscuros. Por una parte, en el ámbito económico, las ideas del buen vivir fueron subsumidas bajo la lógica de acumulación tradicional, revestida en el siglo XXI bajo el nombre de neoextractivismo. Por otra parte, en el ámbito político, estas ideas permitieron la visibilización y el acceso al poder a comunidades históricamente marginadas del escenario político formal.



No obstante, a pesar de las mejorías en los indicadores de pobreza, el modelo no estaba diseñado para perdurar: tras varios años de bonanza, la caída que atraviesa actualmente el continente se vive con más intensidad en vista de las expectativas generadas y no cumplidas. Después de todo, el neoextractivismo solo es una solución paliativa para una pobreza de corte estructural, histórica, diferenciada y profundamente instaurada en una población heterogénea.



[Fragmento de un texto más extenso, que en su versión original está disponible en https://lapipa.co/choque-modelos-buen-vivir-extractivismo.]




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