jueves, 9 de noviembre de 2017

Sexo oral y sexo escrito: ¿Un debate donde sobran palabras?



Rafa Rius

Desde tiempos inmemoriales y en la inmensa mayoría de  sociedades “el hombre” es el sujeto de la historia y por tanto, en el idioma el genérico es masculino, cosa lógica por otra parte desde los orígenes de la sociedad patriarcal: quien controla el poder controla el lenguaje que lo sustenta y lo comunica. Puesto que, en cualquier caso, es inevitable la existencia de un buen número de sustantivos que designan de modo ineludible a personas de ambos sexos indistintamente, a pesar de los intentos actuales de buscar sinónimos inclusivos (persona, etc.) –posible en algunos casos pero imposible en todos- se hace necesario encontrar una fórmula que supere la forma masculina como respuesta morfológica generalizadora.

Dado que a nadie se le ocurriría leer los siete tomos de En busca del tiempo perdido o Poeta en Nueva York, pongamos por caso, repletos de “-os”, “-as”, de “@” o de “x” cada vez que tropezamos con el problema, y teniendo en cuenta que la mayor parte de editoriales y medios de comunicación escrita, por no hablar de blogs y webs, demuestran una escasa o nula sensibilidad sobre el asunto, quizás habría que enfocar la cuestión desde otra perspectiva.

Dejando a un lado, por impracticable, de momento, la creación de un nuevo género que englobara ambos sexos, desde hace algún tiempo viene desarrollándose una corriente que aboga por la utilización del femenino como genérico. Dentro de la confusión reinante al respecto, parece la solución más razonable. Si hemos estado milenios utilizando el masculino, bien podríamos estar otro tanto usando el femenino. Los varones acabaríamos acostumbrándonos y no creo que tuviéramos graves problemas de identidad sexual por vernos designados en femenino. Respetando eso sí, todo lo creado hasta la fecha, pues no se trata de reescribir –sería materialmente imposible- toda la historia de la literatura universal.

Habría un problema importante desde el punto de vista normativo, pues las academias, formadas en su inmensa mayoría por hombres, no se han mostrado muy proclives hasta el momento a entrar a considerar el tema. Si a ello añadimos que en un contexto de sociedad capitalista de mercado, nunca se ha considerado una cuestión relevante y que muchas mujeres siguen utilizando el masculino a la hora de escribir, no parece de fácil solución.

Todo lenguaje es producto de los valores dominantes en la sociedad que se utiliza y si esa sociedad es neoliberal, machista y patriarcal, difícilmente aceptará de buen grado el cambio en el paradigma sexista que la conforma. Si queremos cambiar a mejor nuestra sociedad debemos cambiar paralelamente el paradigma lingüístico que la sostiene. La lucha se prevé larga y difícil pero necesaria.

[Publicado originalmente en la revista Al Margen # 103, Valencia (Esp.), otoño 2017.]


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