viernes, 10 de noviembre de 2017

Por la necesaria e inaplazable crítica al terrorismo de las religiones



Miguel Hernández

¿Cuándo dejaremos a un lado la “corrección política” respecto a la religión? ¿Por qué sigue siendo un tabú criticar a la religión e incluso hablar sobre ella? Si no entendemos la naturaleza del problema nunca podremos resolverlo. Las religiones son intrínsecamente hostiles entre ellas. No unen a las personas, sino que las separan entre las que pertenecen a cada una de ellas y todas las demás. Esa óptica dualista es más peligrosa en este tipo de ideología que en otras porque en este caso se fundamentan en dogmas, porque no admiten críticas y porque afectan a cuestiones fundamentales.
 
La educación en la mayoría de los países del mundo en vez de potenciar el pensamiento crítico y científico ayuda a perpetuar ese estado de cosas al introducir el adoctrinamiento. Muchas personas creen que saben cómo quiere Dios que vivamos todos y mientras aceptemos con naturalidad que su opinión es respetable millones de personas se seguirán matando en defensa de sus viejos libros sagrados. Porque las creencias son principios de acción, es decir, quien cree de verdad en algo actúa en consecuencia. Esos libros fueron escritos en la mayoría de los casos en la Edad de Hierro, cuando casi todo el mundo pensaba que la Tierra era plana, y es absurdo dar por sentado que pueden ser una buena guía de comportamiento en el siglo XXI. Sobre todo porque quien los ha leído comprueba que están repletos de atrocidades. Basta pensar en la visión que proporcionan de las mujeres, de los homosexuales o de las relaciones entre padres e hijos.

Los avances científicos, el fin del aislamiento geográfico, los aires de libertad que conllevaron las ideas de la Ilustración, los Derechos Humanos, y los nuevos modos de vida fruto de todos esos cambios, han puesto en tela de juicio esos dogmas y han minado la influencia de algunos aparatos de poder clerical. Disponemos de herramientas para conocer el mundo como nunca antes en la historia de la humanidad. No necesitamos recurrir a mitos irracionales, absurdos y sanguinarios. De allí que en la actualidad puedan existir creyentes “moderados”, es decir, personas que afirman se seguidoras de una religión, en la mayoría de casos a causa de la educación que sufrieron en su infancia, pero que en realidad no viven sus supuestas convicciones con coherencia, seguramente porque en realidad no las conocen sino de manera superficial. Pero eso no quiere decir que esa experiencia hayan evolucionado, o se hayan adaptado a los nuevos tiempos. Los dogmas no se adaptan a las modas pues son “Verdades Absolutas”.

El problema es creer en algo sin pruebas y tratar de imponerlo a los demás, aunque sea por su propio bien. Pensar que solo el que ha seguido el camino recto, el que marcaban sus respectivos clérigos, cumpliendo con sus ritos y sus normas y, cómo no, financiándoles, podrá alcanzar la vida eterna, mientras que el resto sufrirá un castigo cruel y eterno, es tan absurdo que no debería merecer ningún reconocimiento social y, menos aún, ningún privilegio político y económico. Los terroristas religiosos no son locos, malvados ni enfermos, sino personas con profundas convicciones religiosas, fervorosos creyentes. Creen “de verdad” y son coherentes con todo aquello que está en sus libros sacros y en lo que han sido aleccionados. En definitiva, el problema es la fe misma.

Todas las ideas no son respetables. No lo es el racismo, ni el fascismo ni el machismo. Tampoco debería serlo la religión. Por muy “políticamente incorrecto” que está afirmación siga pareciendo a muchas personas en la actualidad.

[Fragmento extraído del artículo “Terrorismo religioso”, incluido en revista Al Margen # 102, Valencia (Esp.), verano 2017.]


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