lunes, 22 de mayo de 2017

Debate (A): En pie contra los nuevos rostros del totalitarismo


Laura Vicente y Félix García M.

[Nota previa de El Libertario: Este post contiene la presentación de un dossier incluido en el nuevo número 89 de la revista madrileña Libre Pensamiento, mayo 2017, http://rojoynegro.info/sites/default/files/LP%2089%20Interior_V2.pdf, que incluye varios artículos referidos a los totalitarismos del siglo XXI, tema del mayor interés y padecimeinto actual en Venezuela, por lo que recomendamos encarecidamente la lectura y reflexión del referido dossier.]

Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre.
Un Mundo Feliz (1932). Aldous Huxley

“En la cárcel y con miedo”. Este dicho metafórico popular describe con mucha clarividencia y exactitud la situación social que vivimos, especialmente en las sociedades más desarrolladas y tecnologizadas. La inmensa mayoría de la población no somos “auténticamente libres”, tanto en el plano individual como a nivel de colectivos organizados, aunque el “sistema” haya conseguido hacernos creer que sí nos “sintamos libres”, en lo que es una mera sensación de pseudolibertad que no refleja la auténtica realidad.

El “sistema” ha sabido aprovechar tanto los grandes avances científico-tecnológicos y las nuevas tecnologías como las aportaciones experimentales de otras ciencias, como la psicología, para implantarnos esa ilusión. El poder, con su potencial mediático y estimular ha intentado y en su inmensa mayoría logrado que nos creamos, sintamos y experimentemos libres, hacernos sus adeptos/as y activistas defensores/as de esta percepción subjetiva, anularnos como personas individualizadas, modificando nuestra propia esencia como especie, provocando que emitamos respuestas homogeneizadas, uniformes, previsibles, domesticadas, encapsuladas, acríticas, utilizando para ello sofisticados programas de reforzamiento, de modificación conductual, de control de la información, y en estos tiempos, recurriendo a métodos y técnicas como la posverdad... Así, se está logrando la implantación del pensamiento único, convergente, servicial, consumista, individualista, banal, superficial, depredador de recursos, controlado y sometido a los dictámenes del “sistema”; y que tan solo aspiremos a seguir en la “cárcel”, sometidos al autoritarismo, inconscientes, idolatrando a los dirigentes, perpetuando sus normas y puntos de vista. Hemos hecho nuestro su discurso, sus valores, sus motivaciones, sus intereses, su proyecto, y además lo defendemos, incluso lo votamos y los ponemos al frente para que nos dirijan.

¿Por qué decimos que estamos en la “cárcel”? Sin ánimo de ser maximalistas, sinceramente estamos asistiendo a un proceso continuado de recortes de derechos y libertades; un proceso de desmantelamiento de
todo lo que supuso en Occidente la Ilustración y más recientemente la revolución de Mayo del 68; hay un intento de acabar con todo vestigio de la transformación social que supuso ese movimiento a nivel de relaciones humanas, de derechos civiles y humanos, de libertades individuales y colectivas, en el plano político, social, personal... Está restringida la libertad de expresión, de comunicación, de pensamiento; la autocensura es el mayor de los enemigos que tenemos inoculados; el respeto a lo “políticamente correcto” es la prueba evidente de nuestra derrota y de su éxito. Piensan por nosotros y nosotras.

Realmente, tenemos intervenido el cerebro, sus facultades, las posibilidades de crear, de imaginar, de subvertir, de revolucionar la existencia. Sin querer correr el riesgo del alarmismo demagógico, podemos consensuar que vivimos en la “cárcel”, quizás una cárcel de paredes y techo de cristal, como el movimiento feminista ha descrito metafóricamente la situación de la mujer en esta sociedad capitalista y patriarcal, pero al fin y al cabo, una cárcel en la que la mayoría jugamos a ser reclusa, o lo que es peor, solo nos dejan ser reclusa, solo
nos permitimos ser reclusa.

Y lo preocupante no es únicamente estar en la “cárcel”, sino tener además miedo al no ser conscientes de esta circunstancia. ¿Qué más te puede pasar que perder la libertad? Pero sentimos miedo, miedo a perder lo que tenemos (que es nada); a perder los derechos (ya solo simbólicos); miedo por la inseguridad y falta de garantías (que es irreal aunque sí provoca el incremento de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y seguridad privada que solo existen para defender al Estado y reprimir a la población, si fuera preciso); miedo a dejar el estatus social (ya inexistente); miedo al otro, al extranjero (una falacia creada de forma interesada); miedo al cambio, haciéndonos creer que éste es el único mundo posible.

Ese es el gran logro del sistema y el poder, el gran logro de los nuevos rostros del totalitarismo en el siglo XXI, un totalitarismo interiorizado por la población sin necesidad expresa de violencia, represión explícita o guerras invasivas: hacernos creer que somos libres; que no han recluido nuestro pensamiento a un marco y unas coordenadas concretas y convergentes; hacernos creer y sentir que tenemos miedo y con ello autocensurarnos, reprimirnos, frenarnos, anularnos para la acción y desactivarnos para el cambio, la iniciativa propia, la posibilidad de ejercer la libertad y, por el contrario, convertirnos en sus paladines para defender su “sistema”, lo que hace que transformar y revertir esta situación de irrealidad en la que vivimos sea muy difícil.

Qué familiar nos resulta Aldous Huxley, en 1932, cuando en su novela futurista y de alguna manera utópica Un Mundo Feliz, describía una sociedad “segura”, avanzada tecnológicamente, con una ciudadanía programada genéticamente para integrarse en ella con el solo objetivo de producir, consumir y obedecer; una sociedad creada sin enfermedad y dolor pero en la que queda abolida la cultura, la literatura o la libertad individual.

También, todo este mundo robotizado, deshumanizado, sumido en el totalitarismo, que adelantó proféticamente George Orwell cuando escribía su novela 1984 allá por el año 1949, inventando un mundo con una sofisticada y tecnificada humanidad, gobernada por un partido único con un Gran Hermano que lo dirigía y que acabó con la libertad y la autonomía personal. Una sociedad para lo que importa es el control técnico de las conductas individuales y en última instancia el control de la propia naturaleza humana con el objetivo de crear una nueva especie, sumisa, sometida, reprogramada genéticamente, diferenciada de la anterior especie humana autónoma a la niega así su creatividad y evolución.

Por cierto, se han disparado las ventas de la novela 1984 tras la llegada de Donald Trump al poder y su ejemplificación de los denominados “hechos diferenciales” (contar mentiras como verdades: éxito de su ceremonia de investidura; millones de votos ilegales en las elecciones...), habiéndose encontrado grandes paralelismos entre la sociedad orwelliana y la actual en relación al control de la población, la vigilancia masiva, la represión, la imposición de la “neolengua” o los trabajos del “Ministerio de la verdad” encargado de reescribir la historia y la memoria para que se adapte a los interés del poder y el Estado, para convencer al pueblo de que lo falso es cierto y lo cierto es falso. Este es el paradigma social y político de la posverdad en el que nos movemos y que Trump ejecuta a la perfección.

Lo mismo sucede en la novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451 publicada, en 1953, en la que se describe una sociedad en la que quedan prohibidos los libros y la lectura, porque perjudican el pensamiento individual y también a la sociedad, para así garantizar la prohibición de pensar y con ello la capacidad de actuar. Leer y pensar se consideran contrarios a la “felicidad” que se ha impuesto/implantado a los débiles cerebros de toda la población, especialmente a través de la televisión para que el ser humano solo haga tareas mecánicas, rutinarias.

Foucault, por su parte, hacia 1974, usó por primera vez el término biopoder, biopolítica, planteando que el control en la sociedad capitalista no se establece únicamente a través de la ideología, de la conciencia, sino que requiere el control del cuerpo, de lo biológico, de lo somático, en el sentido de que el poder político abarca todos los aspectos de la vida, lo que pensamos, lo que sentimos y cómo nos comportamos.

En esta misma dirección apunta Imre Kertész en su libro póstumo La última posada de 2016: “¿No nos aguarda un fascismo discreto, con abundante parafernalia biológica, supresión total de las libertades y relativo bienestar económico?”

Atrás han quedado los viejos modelos del Totalitarismo (nazismo, fascismo, comunismo de estado, franquismo) que se ejercía por la fuerza, con violencia, con represión, bélicamente, con sometimiento y exterminio de la población opositora.

Ahora, el Totalitarismo adquiere nuevos rostros sofisticados, psicológicos, subliminales y su éxito radica en que es la población quien lo defiende. Es la era política de la posverdad, la verdad alterna, el decir lo contrario de lo que muestra la evidencia, el contemplar que los hechos objetivos influyen en la opinión pública menos que las emociones y las creencias personales o supersticiones de la comunidad, la posverdad como mentira asumida como verdad por las creencias previas. Como indica el filósofo A.C. Grayling, en la era de la posverdad, las redes sociales son imprescindibles ya que mi opinión vale más que los hechos y con las redes todos podemos publicarla.

Asistimos a la dictadura de la cultura online, de las redes sociales fomentando la banalidad y superficialidad de la información, confundiendo la forma y el fondo, realidad y ficción, redes con una capacidad viral que nos sobrepasa y mediatiza, capaz de anteponer la mentira de un tuit al conocimiento de toda una investigación.

Asistimos a la publicidad engañosa para el control social; a la manipulación propagandística y castrante de los medios audiovisuales que embrutecen e idiotizan; al desarrollo de un comportamiento conformista, automatizado, robotizado, deshumanizado frente al avance de la inteligencia artificial.

Nos dotamos de un coercitivo, castrador y manipulador sistema educativo al servicio de los mercados que propicia el adoctrinamiento e impide el pensamiento crítico y la formación integral.

Fomentamos la idealización de los modelos sociales del éxito económico fácil; el logro de la felicidad material de forma inmediata; el culto al cuerpo y la imagen personal; la tiranía de las marcas y las modas.

Se usa maquiavélicamente el terrorismo, el integrismo, la violencia, la inseguridad, el miedo... para justificar las medidas de control social y leyes represivas, hasta paralizarnos y hacer que demandemos cámaras de vigilancia y seguridad en nuestra vida pública y privada.

La xenofobia, el racismo, el nacionalismo autárquico forman parte de nuestra taxonomía de valores junto al consumismo, el desarrollismo, la degradación de las condiciones laborales y sociales, para anular la capacidad de respuesta.

Hasta qué punto de alienación hemos llegado con este nuevo Totalitarismo de rostro persuasivo y seductor, cuando somos capaces de aportar voluntariamente, generosamente, exhaustivamente, toda la información privada y pública de nuestras vidas a ese nuevo Gran Hermano orwelliano que hoy representan las redes sociales como facebook, twitter...

Como resume el Rotoen una viñeta de finales de enero: “Cerrad las fronteras, bloquead las puertas, taponad las mentes”. Ese el nuevo rostro del Totalitarismo.

Sin embargo, como también cantaba el poeta Friedrich Hölderlin, siempre hay un lugar a la esperanza, a la utopía, a la confianza en la evolución permanente y a que la humanidad no habrá tocado techo.

En este sentido, afortunadamente los movimientos sociales, de nuevo la sociedad civil, es quien se está poniendo de pie y plantando cara a la política de ese nuevo rostro del Totalitarismo. No podía ser de otra manera. En el caso concreto de Donald Trump, la sociedad civil, y de forma más específica, las mujeres de USA y del resto del mundo, se están convirtiendo en la auténtica oposición.

Este hecho de lucha social, curiosamente está siendo reconocido ahora por grandes popes de los medios de comunicación, grandes defensores del sistema democrático parlamentario, al estar poniendo en valor que la lucha en la calle es una buena herramienta, quizás la única, para que exista un freno a los desatinos totalitarios de Trump, mostrando así los límites de un sistema democrático que a todas luces se muestra insuficiente en su capacidad de respuesta ante la llegada al poder de este personaje-Presidente a través de las elecciones.


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